sábado, 30 de junio de 2007

Violeta tornasol

Mi yo desangrándose
en un éxtasis ilustrado,
en un violeta tornasol.



Una remera violeta puede mostrar la hilacha. Puede concedernos el placer de desahogar un mar. Puede dormirnos en la cama más ajena.
Salgo de mi casa. No sé a dónde voy. Me quedo en la puerta.
Hojas. Hojas secas. Hojas muertas que termino de matar.
El mayor mito: “Los hombres no se abusan de las mujeres desconsoladas”. Vos me ofrecés consuelo de una manera muy particular y caigo y me levanto. Pero ya es tarde y la gente no sale de su casa por el frío y por el viento y porque miles de palomas no cumplen su función.
Vamos al río.
Una remera violeta puede hacerte ver dibujos en las copas de los árboles. Pero no hay árboles. No hay hojas muertas para matar. Nos transformamos en dos hojas que se secan, que se atraen y se repelen. En dos hojas secas que juegan a no ser, que hablan de absurdos y esquivan el asfalto.
Empezamos a jugar con el viento, pero siempre me gustó la libertad. El viento intenta llevarnos hacia donde él quiere. Eso no me gusta. Mejor escapemos. Los ojos del viento nos miran acusadores. O tal vez, ni nos miran. Pero no me gustan las probabilidades. No tolero la estadística.
Escapamos. O eso creo. Nos metemos en un pasillo. Un pasillo oscuro que se nota que conocés. Vos mirás con ojos de luz. Yo, los tengo apagados. Llegamos. Hay algo en el aire que no deja cerrar la puerta. Un árbol sin nombre, una prostituta sin cara, un viaje sin destino, mentiras sobre religión, conexiones desconectadas. Vos estás con otra yo y yo estoy con otro vos. Yo estoy con otra yo. Y vos… vos no sé. Hay caras que no entiendo. La tuya, es una. La mía, es otra. Soy ajena a mí misma y a vos.
Una remera violeta puede lograr que una almohada se vuelva un huracán. Una remera violeta puede lograr que dos hojas secas se vuelvan tornasol. Una remera violeta puede lograr que las historias nunca tengan fin.

martes, 26 de junio de 2007

colar.té.


Él habla y yo solo quiero una cosa: esa pequeña bola de metal que cuelga de su taza. No puedo dejar de mirarla y creo que él se da cuenta. Pero no puedo evitarlo. De sus agujeritos cae una gota de algo parecido al sudor. Me excita. Esa pequeña bola de metal llena de agujeritoa me excita. Mucho más que él. Él habla. Creo que dice algo de mis pechos, pero no me importa. Que haga lo que quiera mientras me deje llevarme la pequeña bola de metal que cuelga de su taza.
2 horas y 37 minutos de sexo kamikaze. Debo admitir que no estuvo nada mal, pero mi cabeza está dentro de su taza, recostada sobre la pequeña bola de metal.
Me despido. No puedo con mi líbido y se lo digo.
-¿Me la regalás?
-¿A qué?- pregunta.
-La bolita de metal que cuelga de tu taza.
Me mira de una forma muy extraña, pero se ve que el deseo brota de mis poros y él lo nota. Y además, las 2 horas y 37 minutos están a mi favor.
-La quéres, llevatela.
Nunca más lo volví a ver. Soy feliz. Ella alegra todos mis días. Me llena con su esencia y me hace sentir completa. Mirarla me alcanza para sonreir.

Por fin. Estoy enamorada.

lunes, 18 de junio de 2007

Love it

Estoy aplastada por un tren. En cada estación, voy perdiendo mi cuerpo, parte por parte. De Tigre a Retiro, regalo, una a una, mis extremidades. Mis órganos decoran las estaciones. Baño las vías de sangre y varios pasajeros vomitan al verme.
No sé cómo pasó. Estaba parada, esperando y, de un momento a otro, estampada contra su frente.
El tren ya paró y se fue.
Estoy tirada en las vías laterales. El sol calienta el metal y mi carne comienza a cocinarse. Mi cuerpo no perdió ninguno de sus sentidos. Soy absolutamente conciente pero tratar de salvarme sería un esfuerzo inútil.
Ahí está esa persona. Esa persona. Esa persona que me vio caer, reventarme contra la maquinaria y esbozó una sonrisa. Esa persona que me mira de lejos y se regocija con mi carne viva.
De vez en cuando, esa persona se acerca y, con su pie lleno de barro, pisa mis huesos expuestos y ríe.
Poco a poco, me voy acostumbrando a la sensación.
Ahora, la disfruto.

viernes, 8 de junio de 2007

Creo que duermo.

Duermo, o eso creo. Estoy en esa etapa intermedia del sueño en la que los sentidos se agudizan en algún otro mundo. Mis oídos captan un sonido muy extraño. Las luces se apagan, aunque ya estaban apagadas. Temor, temor, miedo pavor. Un vampiro, un fantasma, un niño que dibuja tumbas en mi ropero. Todos juntos bajo mi cama, esperando a que baje un pie. Para atraparme y llevarme lejos. No sé a dónde. Tal vez a ese desagüe que está en la esquina de casa. Me tapo la cara con las sábanas violetas que me regaló mamá. Tal vez, quiero volver a ser una niña para llamarla y que venga a dormir conmigo. El aire que respiro es cada vez más denso. No puedo. Me ahogo. Me destapo. El sonido sigue ahí, en algún lugar de la oscuridad. Doy vueltas intentando escapar. El sonido comienza a acercarse y se mete en mi cabeza.
Mi cuarto deja de ser mi cuarto. Golondrinas comienzan a salir de mis oídos y mis ojos solo ven colores. De los pies de mi cama, comienzan a salir millones de peces que nadan por mis paredes, que ya no son mis paredes. Mi primo intenta matarme y escapo. Un mono me muerde los brazos y dos velocirraptor me persiguen. Estoy en la casa de mi abuela y lo que solía ser el ropero es ahora un pasadizo que me puede salvar, pero me rodean. Me siento atrapada y comienzo a sudar. De alguna forma que no sé cuál es, me deshago de los 3 y vuelvo con los peces. Pero ya no están. Ahora estoy en una isla desierta intentando encontrar un cuaderno de tapa naranja. Me intriga saber qué estará escrito, qué dirá. ¿Será un libro de Cortázar hablando de algún personaje que se parece a mí? Tal vez habla de la Maga. Creo que en algún momento nos conocimos. Tal vez en un sueño. No lo sé. Busco el libro con más ganas, pero cada vez me muevo más lento. Estoy en la ciudad. En la terraza de un edificio. Me tiro en paracaídas de la mano de mi profesor de semiótica. Vuelo. Siento el aire. Todo se inunda y estoy en una especie de submarino con muchos de mis amigos. Parece ser mi cumpleaños, pero no hay globos, ni regalos, ni torta. Siento el sabor del chocolate en mi boca, pero ya no estoy sumergida, estoy en un bar en San Telmo, creo. Tomando un submarino. Aunque, en realidad, el submarino ya no me gusta. Soy yo pero no estoy en mi cuerpo. Soy una niña de 5 años con manos son ancianas. Estoy haciendo un dibujo con crayones de colores que no identifico. Trazo una línea. Es un señor pero le faltan los hombros. Una señora me reta. La niña-yo llora. Las lágrimas inundan la habitación que es otra vez mi cuarto. Los peces ya no están. Una música de acordes agudos me asusta.
Despierto, o eso creo. Mi cuarto es mi cuarto. Mi cama es mi cama y yo soy yo. La luz está apagada. Apagar la luz para perderme una vez más.

lunes, 4 de junio de 2007

Apagar la luz

Apago la luz y me pierdo. No busco nada.
Solo me dejo llevar por lo que hay ahí adentro.
Negro. El no-color. El color +color.
No llueve, no hace frío, no hace calor.
No escucho el mar ni siento el viento.
No estoy sentada ni parada.
No me acuesto ni me levanto.
La luz está apagada y eso me asusta.
Vuelvo a tener 4 años y le temo a la oscuridad.
Tal vez disfrutarla no es imposible.

Comienzo a buscar algo que no es un algo que no es un qué.
Busco, encuentro, me engaño, descarto y vuelvo a buscar.

"Lo escencial es invisible a los ojos", escuché desde una estrella.
Tal vez si me alejase
y me alejase m á s
y m á s
y má s l e j os...

Tal vez si desapareciera de mí misma, podría entender.

Tal vez no es necesario entender y
solo se trata de ju ga r a la s es con di das con mi propio ser.
Esconderme, buscarme, re-esconderme y volverme a buscar.
Encontrarme y cantar "piedra libre para todos mis compas".

viernes, 1 de junio de 2007

-T-

Ansioso, espero el momento.
Todo es frío a mi alrededor.
Coge la taza y me mira con deseo.
Sé que le gusto, sé cómo satisfacerla.
El agua entra lentamente.
El vapor genera el clima.
Ella me agarra con un poco de brutalidad
-es la violencia que desata la pasión-
Ya estamos listos.
Voy a fundirme en su líquido.
Liberar todo mi sabor.
Dejar que beba toda mi esencia.
Dejar que me consuma lentamente hasta morir en su interior.